De ABC de España Miércoles, 21-01-09 Barack Obama -al asumir ayer el puesto de presidente número 44 de Estados Unidos, algo inimaginable tan sólo una generación atrás de americanos- finalmente cobraba ese moroso pagaré que el contradictorio genio de Thomas Jefferson introdujo hace 233 años en la Declaración de Independencia al discernir como «verdades evidentes en sí mismas, que todos los hombres son creados iguales, que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables, que entre éstos se encuentran la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad». Acompañado por una apoteósica multitud de dos millones de personas, a pocos minutos del mediodía, el elocuente hijo de un padre de Kenia y una madre de Kansas juraba su cargo con nervios y frases trabucadas, frente a la fachada occidental del Congreso. Sobre la misma Biblia utilizada por Abraham Lincoln hace siglo y medio, el político de Illinois empleó su nombre completo de Barack Hussein Obama, sin prescindir de «con la ayuda de Dios», coda no prescrita por la Constitución pero atribuida como tradición al primer presidente, George Washington. En su discurso de investidura -directo pero con un tono de marcado giro político- el primer presidente afro-americano planteó sacrificios compartidos y una mayor responsabilidad para devolver a EE.UU. la paz y la prosperidad. Según el mensaje de Obama: «Nuestro tiempo de empecinarnos, de proteger intereses estrechos y aplazar decisiones desagradables ha pasado. Desde hoy, debemos recogernos en nosotros mismos, quitarnos el polvo y reemprender la tarea de rehacer América». Pese a empezar con un agradecimiento explícito al presidente Bush por su servicio a la nación y su generosidad durante el periodo de transición, Obama no dejó de repudiar buena parte de la filosofía política imperante en Washington durante los últimos ocho años. Según el presidente demócrata, «rechazamos como falsa la opción entre nuestra seguridad y nuestros ideales». Con el argumento de que «nuestros padres fundadores, frente a peligros que apenas podemos imaginar, redactaron un contrato para asegurar el imperio de la ley y los derechos del hombre, un contrato expandido con la sangre de generaciones» Dentro de su esperada declaración programática, Obama ratificó su fe en el gobierno federal y el sector público como parte de la solución a los problemas. Con insistencia en la necesidad de un ambicioso programa de reactivación económica y mejores regulaciones. Un fiasco «creado por la avaricia, la irresponsabilidad y «nuestro fracaso colectivo a la hora de tomar duras decisiones». Guiño al mundo musulmán De cara al resto del mundo, Obama tuvo guiños multilateralistas para los aliados, pero también palabras de advertencia para los enemigos: «No nos vamos a disculpar por nuestra forma de vida, ni vamos a flaquear en su defensa, y para aquellos que buscan avanzar sus objetivos induciendo al terror y la matanza de inocentes, decimos ahora que nuestro espíritu es más fuerte y no va a ser roto; no podéis durar más que nosotros y os vamos a derrotar». Con todo, el nuevo presidente tuvo una deferencia especial para el mundo musulmán, al expresar su deseo de buscar un nuevo camino de entendimiento basado «en el interés común y el respeto mutuo». Toda la jornada de toma de posesión estuvo plagada de invocaciones y ceremonias religiosas, empezando por un tradicional servicio a primera hora de la mañana al que asistió la nueva cúpula política en la histórica iglesia presbiteriana de Saint John, frente a la Casa Blanca. Tras ese momento de recogimiento, los Obama y los Biden fueron recibidos en la Casa Blanca, y compartieron comitiva oficial hasta el Congreso con un vicepresidente Cheney en sillas de ruedas por una lesión durante los preparativos de su mudanza. Entre envidiables buenas formas institucionales, el nuevo presidente despidió respetuosamente a su antecesor, George W. Bush, en el momento de embarcarse en su viaje de retorno a Texas. |
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