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miércoles, 5 de agosto de 2009

[Reespublica] Hombria al maximo

 

Prefacio
por Ben Kinchlow


Está ocurriendo un fenómeno muy interesante en los Estados Unidos de América en el siglo veinte.

 

Desde que un niño nace hasta el fin de su adolescencia, los modelos de autoridad que enfrenta son femeninos en un abrumador casi ciento por ciento. Sólo por excepción, y por tanto sin la debida eficacia, aparece de cuando en cuando un modelo masculino.

 

En el hospital, las enfermeras son responsables de casi cada detalle en el cuidado del niño. En el hogar, la madre es por lo general el modelo de autoridad dominante. En la escuela, el noventa por ciento son maestras. Es más que probable que el primer agente de policía que verá un niño será una mujer que dirige el tránsito.

 

Cuando el niño va al cine, a la tienda de víveres, a los restaurantes, a la escuela bíblica de vacaciones o a la escuela dominical, ¿quién es la persona que vende, recibe los pedidos, cobra el dinero, le indica dónde sentarse o le habla acerca de Dios? (La excepción la constituyen muchas iglesias donde un hombre predica a una congregación compuesta en su mayoría por mujeres.) ¿Quién le dice lo que debe usar para limpiar su habitación? ¿Quién gasta el dinero y paga las cuentas? En otras palabras, ¿quién está realmente a cargo de la situación? ¿Acaso nos asombra que los jóvenes de hoy hacen toda clase de esfuerzos para demostrar que son verdaderos hombres tal como su mamá?

 

Esa es la razón por la cual el hombre de nuestro tiempo usa alhajas, pulseras, collares y tal vez un arito encima del tobillo. Es el motivo por el que lleva el pelo largo, con frecuencia en un estilo determinado por un diseñador de peinados, y usa camisas desabrochadas para exhibir el pecho. También puede tratarse de un estilo de "hombre macho" que actúa en forma irresponsable con su esposa e hijos oque es indulgente en cuanto a "libertad" sexual y hace su "propia vida".


Por eso se dice que el hombre está "liberado". Al menos así se lo han enseñado los principios feministas destinados a minar su condición masculina.


Las mujeres, por su parte, usan cabello corto, pantalones masculinos, sacos y, en algunos casos, corbata. En un intento de "afirmar" su propio yo o "castigar a sus opresores", muchas mujeres dan lugar a que la ira reprimida, o la propia aversión, exploten con violencia contra los hombres que ellas consideran que cometen alguna falta.


Hombres y mujeres, por no saber con exactitud quiénes son o cuáles son sus funciones, viven en estado de confusión y agobiados por la ansiedad.


Hay una nueva psicología llamada "salir del paso". Es natural que los hombres no tomen decisiones claras ni asuman compromisos definidos. Se limitan a salir del paso. La naturaleza detesta el vacío y, por analogía, vemos que las mujeres son atraídas hacia las áreas en que los hombres abandonan el lugar que les corresponde. El resultado de esto es que hombres, y aun niños,  se sienten airados y frustrados y, en número creciente, afrontan una "crisis de identidad".


En medio de este "salir del paso", las declaraciones del libro "Hombría al máximo" son como un guante arrojado a modo de desafío. Su efecto es semejante al de una bofetada hiriente que contrarresta las producidas por la histeria, y comparable a la conmoción que causa el agua congelada. Es un libro que contiene no una mera discusión retórica, sino una confrontación frontal con los diversos planteamientos de la vida.


Este es un libro, sin tapujos ni concesiones, escrito para los hombres. En verdad se han escrito muchos libros "acerca" de los hombres, pero muy pocos, aunque buenos, "para" los hombres. Es como un volver a los días pasados en que tenían lugar las "charlas de hombre a hombre", y se exaltaban las virtudes, la caballerosidad y el respeto a las mujeres y niños, a raíz de que se comprendía la responsabilidad de llegar a ser un "hombre maduro". Este es un libro que nos capacita para descubrir el potencial máximo de nuestra vida y vivir en consecuencia como verdaderos hombres. Este es un anhelo que ha permanecido insatisfecho por largo tiempo.


Este libro, de estilo directo y hasta punzante, desafía a los hombres de hoy. Algunos se enojarán tanto por lo que afirma que preferirán cerrarlo y abandonar su lectura. Otros se sentirán impulsados a escribir una carta agresiva para lograr que Ed Cole "se enderece".


Algunos hombres lo leerán, estarán de acuerdo con algunos de sus preceptos y principios, pero no se decidirán a aceptar sus apelaciones al sacrificio. Sin un verdadero compromiso de cambio, no les sucederá nada. Otros, aunque estarán de acuerdo con la forma en que se desentrañan los temas, permanecerán intimidados por las "duras realidades actuales" y encontrarán que muchas de las posiciones asumidas en el libro son contradichas por las tendencias populares en boga. Como resultado de eso, rechazarán la verdad presentada en este libro.


Hay, en cambio, hombres que leerán el libro, estarán de acuerdo con él, y pondrán en práctica sus principios dinámicos. Esto producirá grandes cambios en su familia, su esposa y aun en su propia vida. A partir de esos cambios la nación misma podrá experimentar una revolución.


La Biblia dice que "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla y señoread..."

 
Gracias, Señor, por habemos hecho como somos. Gracias, Ed, por recordárnoslo.


 

Capítulo 1

 

Sentencia extrema

 

Para mi alegría, la línea aérea United Airlines tenía un vuelo sin escalas desde Los Ángeles hasta Eugene, Oregón. Tenía que asistir a cuatro actividades diferentes a la vez, con una gran variedad de responsabilidades, y pasaba en aeropuertos y aviones una alta porción del tiempo que dedicaba al trabajo. Estaba contento de poder llegar a Eugene, el lugar en que celebramos el retiro sin tener que hacer una conexión vía Portland o Reno u otro lugar semejante.


Era un retiro para hombres. El primero de dos que estaban programados para dos fines de semana consecutivos, en las nevadas montañas del centro oeste de Oregón. Entre los dos haría un vuelo relámpago al norte, a Seattle, donde tenía que dar otra conferencia. Por último, el viaje de regreso a casa, en el sur de California, para de allí salir de nuevo hacia algún otro lugar.


Los temas de la predicación y la enseñanza, esos elevados ministerios, los bosquejaba muchas veces en los asientos de los pasillos de los aviones. Gran parte de mi tarea de preparación para el ministerio la realizaba en esa estrecha franja que hay entre los brazos de los asientos, a bordo de un avión.

 

En ese momento, aprovechando que la compañía de aviación me transportaba a Eugene, traté de concentrar mi mente a fin de poder estudiar.

 

Comencé a pensar.

Hombres.

 

Habría más de quinientos hombres en los dos retiros juntos. Sabía que se estaban reuniendo para escuchar algo que valiera la pena, algo que les cambiara la vida, algo que pudieran llevar al regresar a sus casas y a sus oficinas, sus negocios y sus excursiones de caza. Ellos querían algo que les ayudara a alcanzar su hombría al máximo, capacitándolos para vivir de una manera más semejante a Cristo que la que habían vivido hasta entonces.


El retiro que tenía por delante era, en realidad, reducido en comparación con muchos otros programas en los que había ministrado, y más pequeño aun en comparación con el ministerio de la televisión, en el cual había estado involucrado por años. Nada hacía suponer que esta gira pudiera tener algo que la diferenciara de manera especial. Sin embargo, había una fuerza, una solemnidad, una carga, que no se desvanecía. Dios estaba haciendo algo en mi espíritu. Sentía que este salto a Oregón para hablar a hombres era un hito importante en mi vida.


Durante semanas había orado para tener las palabras exactas que debía decir a estos hombres. Por mi mente desfilaban distintas escenas del hombre moderno. En nuestra sociedad hay una contaminación moral que está alcanzando su expresión máxima en la desintegración de la hombría a nuestros ojos. Comencé a entender cuán grande es la necesidad de que los hombres comprendan lo que está sucediendo, y que hagan algo al respecto.


Las cosas no marchan por la senda que a Dios le agrada.


Las turbinas del avión de reacción rugían en la parte de atrás, y mi Biblia y mi libro de notas estaban abiertos delante de mí sobre la mesita extensible. Pero en mi meditación me pareció perder la conciencia de todo lo que había a mi alrededor. Algo sucedía en mi espíritu. Era consciente de la presencia de Dios.


Recordé la enseñanza que el bien conocido expositor bíblico, Campbell McAlpine, había traído a nuestra comunidad de creyentes hacía apenas unas semanas. El pasaje de la Escritura que usó produjo en mí un impacto poderoso. Fue como si cobrara nueva vigencia, y desde entonces yo había quedado afectado por la importancia que tiene para los hombres.


Campbell había hablado sobre Primera carta a los Corintios capítulo 10. Los versículos seis al nueve dan una lista de cinco razones por las cuales los israelitas no pudieron entrar a la prometida tierra de Canaán.


En su exposición había una verdad central: Dios tiene una tierra de promesa y bendición para su pueblo. Los israelitas habían perdido su oportunidad de entrar en aquella tierra a causa de cinco pecados fundamentales.


Pero para mí esta Escritura tenía un significado que trascendía todo pensamiento que hubiera tenido antes. Esta crónica de pecados tenía relación con Israel, pero había en ella una correlación directa con el hombre moderno. Las Escrituras dicen que los israelitas constituyen ejemplos dejados para nuestra enseñanza.

 

¿Qué significa esto para los hombres de hoy?


Bajé la vista para mirar mi Biblia. Releí el capítulo de Corintios, y medité en esas cinco razones que hicieron que el pueblo de Israel fracasara en su posibilidad de entrar en la tierra prometida.


Cuando uno enseña, tienen gran importancia las palabras justas, el enfoque correcto y el momento adecuado. Yo quería, en realidad, que este mensaje que iba a dar a esos hombres en las montañas nevadas de Oregón fuera el mensaje preciso.


En la Biblia estaban las razones del fracaso.


"Codicia."

"Idolatría."

"Fornicación."

"Tentar a Cristo."

"Murmuración."

 

Mientras examinaba con detenimiento esa lista de pecados que Campbell había enseñado, resaltó uno: el pecado de la fornicación. Comencé a pensar en personas que había conocido, y que todavía conozco, que no pudieron entrar en su "tierra prometida" por causa de pecados sexuales.


Parejas, hombres, amigos, predicadores, senadores, gente que en la vida ocupa toda clase de posiciones. Creyentes y no creyentes. Pecadores y santos.


Poco tiempo atrás un amigo de California me dijo en forma enfática: "Quiero decirte, Ed, que necesitas poner mucha atención en el tema de la promiscuidad sexual, ¡porque este es un problema que afecta a todo el territorio de Orange! ¡Hay parejas que viven juntos sin estar casados, y todavía van a la iglesia y creen que son cristianos!"


Los hijos de Israel no nos aventajaban en nada. Somos iguales a ellos. Sí, pecado por pecado.


Una mañana, mientras desayunaba con mi familia, ocurrió algo que me conmovió. Sentados alrededor de la mesa, les mencioné a mi esposa, Nancy, y a mi hija, Joann, acerca de mi preocupación creciente por los problemas sexuales del hombre moderno.


Me escucharon en silencio, y luego Joann respondió con el discernimiento que adquirió tanto por su educación como por su comprensión cristiana.


"Papá, ¿no crees que los pecados sexuales serán el problema de la iglesia en la próxima década?"


La miré. Nunca se me había presentado esto de esa manera. Pero después que lo dijo surgió dentro de mí con inusitada claridad una imagen instantánea de nuestra vida nacional: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, líderes y gente común, todos por igual, a lo largo de los Estados Unidos. Luego se extendió a todo el mundo. Así fue como lo vi.


Era evidente que la fibra moral de nuestra nación se estaba debilitando y aun se hacía pedazos por todas partes. Pero luego vi que la iglesia no quedaba exenta de culpa. Las costumbres de la sociedad se estaban imponiendo dentro de la iglesia de Jesucristo.


Tantas vidas, y todas afectadas por pecados sexuales.


Noté que había algo repetitivo. La enseñanza de Campbell. Las palabras de sabiduría de Joann. La Palabra de Dios.

 

Mientras el avión me acercaba a mi destino, y se aproximaba también el momento en que tenía que entregar mi mensaje, comencé a escribir. Era consciente de que el Espíritu de Dios me inspiraba y guiaba mi pluma al escribir sobre la página de mi cuaderno de notas.


Cuando terminé, miré lo que había escrito.


Era una sentencia que nunca antes había visto, ni siquiera en forma parecida. Nunca había dicho algo igual.


Era una sentencia con tanta agudeza que la miré en forma detenida por un largo tiempo, preguntándome cuándo, dónde o a quiénes debería dirigirla. Mi espíritu se agitó dentro de mí porque sabía que esa sentencia era para esa noche, para esos hombres, en aquel retiro.


Era demasiado poderosa para mí, demasiado audaz aun para un predicador profeta como yo, que había profetizado a grandes multitudes. Pero nunca algo como esto.


Esto venía de Dios.

Sabía que tendría que decirlo.

¿Cuándo? ¿Cómo?


En una situación como esta, la sabiduría para elegir el momento oportuno es lo más importante.

Yo tendría que declarar esto. Entregarlo como un mandamiento. En voz alta. En forma pública. Con autoridad. Tenía que ser aquella noche, a los hombres que estaban en Camp Davidson, en las afueras montañosas de Eugene, Oregón.

 

Esto podría ser terrible sin el poder de Dios, pero con la confirmación de Dios y con su aprobación, sería glorioso. Traería libertad.


Tenía que decirlo. Tenía que dar el mandamiento.

La parte de Dios era justificar su urgencia.




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Ud. forma parte de la Primera Red de servidores y funcionarios públicos cristianos evangélicos denominada REESPUBLICA, cuya finalidad es fortalecer su liderazgo e influencia teniendo como base los principios cristianos emanados de la Palabra. Le agradeceremos que pueda invitar a otros creyentes que como Ud. pueden sumarse a este espacio de encuentro.
Bendiciones

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Está ocurriendo un fenómeno muy interesante en los Estados Unidos de América en el siglo veinte.

 

Desde que un niño nace hasta el fin de su adolescencia, los modelos de autoridad que enfrenta son femeninos en un abrumador casi ciento por ciento. Sólo por excepción, y por tanto sin la debida eficacia, aparece de cuando en cuando un modelo masculino.

 

En el hospital, las enfermeras son responsables de casi cada detalle en el cuidado del niño. En el hogar, la madre es por lo general el modelo de autoridad dominante. En la escuela, el noventa por ciento son maestras. Es más que probable que el primer agente de policía que verá un niño será una mujer que dirige el tránsito.

 

Cuando el niño va al cine, a la tienda de víveres, a los restaurantes, a la escuela bíblica de vacaciones o a la escuela dominical, ¿quién es la persona que vende, recibe los pedidos, cobra el dinero, le indica dónde sentarse o le habla acerca de Dios? (La excepción la constituyen muchas iglesias donde un hombre predica a una congregación compuesta en su mayoría por mujeres.) ¿Quién le dice lo que debe usar para limpiar su habitación? ¿Quién gasta el dinero y paga las cuentas? En otras palabras, ¿quién está realmente a cargo de la situación? ¿Acaso nos asombra que los jóvenes de hoy hacen toda clase de esfuerzos para demostrar que son verdaderos hombres tal como su mamá?

 

Esa es la razón por la cual el hombre de nuestro tiempo usa alhajas, pulseras, collares y tal vez un arito encima del tobillo. Es el motivo por el que lleva el pelo largo, con frecuencia en un estilo determinado por un diseñador de peinados, y usa camisas desabrochadas para exhibir el pecho. También puede tratarse de un estilo de "hombre macho" que actúa en forma irresponsable con su esposa e hijos oque es indulgente en cuanto a "libertad" sexual y hace su "propia vida".


Por eso se dice que el hombre está "liberado". Al menos así se lo han enseñado los principios feministas destinados a minar su condición masculina.


Las mujeres, por su parte, usan cabello corto, pantalones masculinos, sacos y, en algunos casos, corbata. En un intento de "afirmar" su propio yo o "castigar a sus opresores", muchas mujeres dan lugar a que la ira reprimida, o la propia aversión, exploten con violencia contra los hombres que ellas consideran que cometen alguna falta.


Hombres y mujeres, por no saber con exactitud quiénes son o cuáles son sus funciones, viven en estado de confusión y agobiados por la ansiedad.


Hay una nueva psicología llamada "salir del paso". Es natural que los hombres no tomen decisiones claras ni asuman compromisos definidos. Se limitan a salir del paso. La naturaleza detesta el vacío y, por analogía, vemos que las mujeres son atraídas hacia las áreas en que los hombres abandonan el lugar que les corresponde. El resultado de esto es que hombres, y aun niños,  se sienten airados y frustrados y, en número creciente, afrontan una "crisis de identidad".


En medio de este "salir del paso", las declaraciones del libro "Hombría al máximo" son como un guante arrojado a modo de desafío. Su efecto es semejante al de una bofetada hiriente que contrarresta las producidas por la histeria, y comparable a la conmoción que causa el agua congelada. Es un libro que contiene no una mera discusión retórica, sino una confrontación frontal con los diversos planteamientos de la vida.


Este es un libro, sin tapujos ni concesiones, escrito para los hombres. En verdad se han escrito muchos libros "acerca" de los hombres, pero muy pocos, aunque buenos, "para" los hombres. Es como un volver a los días pasados en que tenían lugar las "charlas de hombre a hombre", y se exaltaban las virtudes, la caballerosidad y el respeto a las mujeres y niños, a raíz de que se comprendía la responsabilidad de llegar a ser un "hombre maduro". Este es un libro que nos capacita para descubrir el potencial máximo de nuestra vida y vivir en consecuencia como verdaderos hombres. Este es un anhelo que ha permanecido insatisfecho por largo tiempo.


Este libro, de estilo directo y hasta punzante, desafía a los hombres de hoy. Algunos se enojarán tanto por lo que afirma que preferirán cerrarlo y abandonar su lectura. Otros se sentirán impulsados a escribir una carta agresiva para lograr que Ed Cole "se enderece".


Algunos hombres lo leerán, estarán de acuerdo con algunos de sus preceptos y principios, pero no se decidirán a aceptar sus apelaciones al sacrificio. Sin un verdadero compromiso de cambio, no les sucederá nada. Otros, aunque estarán de acuerdo con la forma en que se desentrañan los temas, permanecerán intimidados por las "duras realidades actuales" y encontrarán que muchas de las posiciones asumidas en el libro son contradichas por las tendencias populares en boga. Como resultado de eso, rechazarán la verdad presentada en este libro.


Hay, en cambio, hombres que leerán el libro, estarán de acuerdo con él, y pondrán en práctica sus principios dinámicos. Esto producirá grandes cambios en su familia, su esposa y aun en su propia vida. A partir de esos cambios la nación misma podrá experimentar una revolución.


La Biblia dice que "Dios creó al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla y señoread..."

 
Gracias, Señor, por habemos hecho como somos. Gracias, Ed, por recordárnoslo.


 

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Sentencia extrema

 

Para mi alegría, la línea aérea United Airlines tenía un vuelo sin escalas desde Los Ángeles hasta Eugene, Oregón. Tenía que asistir a cuatro actividades diferentes a la vez, con una gran variedad de responsabilidades, y pasaba en aeropuertos y aviones una alta porción del tiempo que dedicaba al trabajo. Estaba contento de poder llegar a Eugene, el lugar en que celebramos el retiro sin tener que hacer una conexión vía Portland o Reno u otro lugar semejante.


Era un retiro para hombres. El primero de dos que estaban programados para dos fines de semana consecutivos, en las nevadas montañas del centro oeste de Oregón. Entre los dos haría un vuelo relámpago al norte, a Seattle, donde tenía que dar otra conferencia. Por último, el viaje de regreso a casa, en el sur de California, para de allí salir de nuevo hacia algún otro lugar.


Los temas de la predicación y la enseñanza, esos elevados ministerios, los bosquejaba muchas veces en los asientos de los pasillos de los aviones. Gran parte de mi tarea de preparación para el ministerio la realizaba en esa estrecha franja que hay entre los brazos de los asientos, a bordo de un avión.

 

En ese momento, aprovechando que la compañía de aviación me transportaba a Eugene, traté de concentrar mi mente a fin de poder estudiar.

 

Comencé a pensar.

Hombres.

 

Habría más de quinientos hombres en los dos retiros juntos. Sabía que se estaban reuniendo para escuchar algo que valiera la pena, algo que les cambiara la vida, algo que pudieran llevar al regresar a sus casas y a sus oficinas, sus negocios y sus excursiones de caza. Ellos querían algo que les ayudara a alcanzar su hombría al máximo, capacitándolos para vivir de una manera más semejante a Cristo que la que habían vivido hasta entonces.


El retiro que tenía por delante era, en realidad, reducido en comparación con muchos otros programas en los que había ministrado, y más pequeño aun en comparación con el ministerio de la televisión, en el cual había estado involucrado por años. Nada hacía suponer que esta gira pudiera tener algo que la diferenciara de manera especial. Sin embargo, había una fuerza, una solemnidad, una carga, que no se desvanecía. Dios estaba haciendo algo en mi espíritu. Sentía que este salto a Oregón para hablar a hombres era un hito importante en mi vida.


Durante semanas había orado para tener las palabras exactas que debía decir a estos hombres. Por mi mente desfilaban distintas escenas del hombre moderno. En nuestra sociedad hay una contaminación moral que está alcanzando su expresión máxima en la desintegración de la hombría a nuestros ojos. Comencé a entender cuán grande es la necesidad de que los hombres comprendan lo que está sucediendo, y que hagan algo al respecto.


Las cosas no marchan por la senda que a Dios le agrada.


Las turbinas del avión de reacción rugían en la parte de atrás, y mi Biblia y mi libro de notas estaban abiertos delante de mí sobre la mesita extensible. Pero en mi meditación me pareció perder la conciencia de todo lo que había a mi alrededor. Algo sucedía en mi espíritu. Era consciente de la presencia de Dios.


Recordé la enseñanza que el bien conocido expositor bíblico, Campbell McAlpine, había traído a nuestra comunidad de creyentes hacía apenas unas semanas. El pasaje de la Escritura que usó produjo en mí un impacto poderoso. Fue como si cobrara nueva vigencia, y desde entonces yo había quedado afectado por la importancia que tiene para los hombres.


Campbell había hablado sobre Primera carta a los Corintios capítulo 10. Los versículos seis al nueve dan una lista de cinco razones por las cuales los israelitas no pudieron entrar a la prometida tierra de Canaán.


En su exposición había una verdad central: Dios tiene una tierra de promesa y bendición para su pueblo. Los israelitas habían perdido su oportunidad de entrar en aquella tierra a causa de cinco pecados fundamentales.


Pero para mí esta Escritura tenía un significado que trascendía todo pensamiento que hubiera tenido antes. Esta crónica de pecados tenía relación con Israel, pero había en ella una correlación directa con el hombre moderno. Las Escrituras dicen que los israelitas constituyen ejemplos dejados para nuestra enseñanza.

 

¿Qué significa esto para los hombres de hoy?


Bajé la vista para mirar mi Biblia. Releí el capítulo de Corintios, y medité en esas cinco razones que hicieron que el pueblo de Israel fracasara en su posibilidad de entrar en la tierra prometida.


Cuando uno enseña, tienen gran importancia las palabras justas, el enfoque correcto y el momento adecuado. Yo quería, en realidad, que este mensaje que iba a dar a esos hombres en las montañas nevadas de Oregón fuera el mensaje preciso.


En la Biblia estaban las razones del fracaso.


"Codicia."

"Idolatría."

"Fornicación."

"Tentar a Cristo."

"Murmuración."

 

Mientras examinaba con detenimiento esa lista de pecados que Campbell había enseñado, resaltó uno: el pecado de la fornicación. Comencé a pensar en personas que había conocido, y que todavía conozco, que no pudieron entrar en su "tierra prometida" por causa de pecados sexuales.


Parejas, hombres, amigos, predicadores, senadores, gente que en la vida ocupa toda clase de posiciones. Creyentes y no creyentes. Pecadores y santos.


Poco tiempo atrás un amigo de California me dijo en forma enfática: "Quiero decirte, Ed, que necesitas poner mucha atención en el tema de la promiscuidad sexual, ¡porque este es un problema que afecta a todo el territorio de Orange! ¡Hay parejas que viven juntos sin estar casados, y todavía van a la iglesia y creen que son cristianos!"


Los hijos de Israel no nos aventajaban en nada. Somos iguales a ellos. Sí, pecado por pecado.


Una mañana, mientras desayunaba con mi familia, ocurrió algo que me conmovió. Sentados alrededor de la mesa, les mencioné a mi esposa, Nancy, y a mi hija, Joann, acerca de mi preocupación creciente por los problemas sexuales del hombre moderno.


Me escucharon en silencio, y luego Joann respondió con el discernimiento que adquirió tanto por su educación como por su comprensión cristiana.


"Papá, ¿no crees que los pecados sexuales serán el problema de la iglesia en la próxima década?"


La miré. Nunca se me había presentado esto de esa manera. Pero después que lo dijo surgió dentro de mí con inusitada claridad una imagen instantánea de nuestra vida nacional: hombres y mujeres, jóvenes y ancianos, líderes y gente común, todos por igual, a lo largo de los Estados Unidos. Luego se extendió a todo el mundo. Así fue como lo vi.


Era evidente que la fibra moral de nuestra nación se estaba debilitando y aun se hacía pedazos por todas partes. Pero luego vi que la iglesia no quedaba exenta de culpa. Las costumbres de la sociedad se estaban imponiendo dentro de la iglesia de Jesucristo.


Tantas vidas, y todas afectadas por pecados sexuales.


Noté que había algo repetitivo. La enseñanza de Campbell. Las palabras de sabiduría de Joann. La Palabra de Dios.

 

Mientras el avión me acercaba a mi destino, y se aproximaba también el momento en que tenía que entregar mi mensaje, comencé a escribir. Era consciente de que el Espíritu de Dios me inspiraba y guiaba mi pluma al escribir sobre la página de mi cuaderno de notas.


Cuando terminé, miré lo que había escrito.


Era una sentencia que nunca antes había visto, ni siquiera en forma parecida. Nunca había dicho algo igual.


Era una sentencia con tanta agudeza que la miré en forma detenida por un largo tiempo, preguntándome cuándo, dónde o a quiénes debería dirigirla. Mi espíritu se agitó dentro de mí porque sabía que esa sentencia era para esa noche, para esos hombres, en aquel retiro.


Era demasiado poderosa para mí, demasiado audaz aun para un predicador profeta como yo, que había profetizado a grandes multitudes. Pero nunca algo como esto.


Esto venía de Dios.

Sabía que tendría que decirlo.

¿Cuándo? ¿Cómo?


En una situación como esta, la sabiduría para elegir el momento oportuno es lo más importante.

Yo tendría que declarar esto. Entregarlo como un mandamiento. En voz alta. En forma pública. Con autoridad. Tenía que ser aquella noche, a los hombres que estaban en Camp Davidson, en las afueras montañosas de Eugene, Oregón.

 

Esto podría ser terrible sin el poder de Dios, pero con la confirmación de Dios y con su aprobación, sería glorioso. Traería libertad.


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martes, 4 de agosto de 2009

[Reespublica] BECAS A LA EXCELENCIA. COLEGIO SAN ANDRES

 

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[Reespublica] Apoyarse en la familia

 

Los consejos de Fernando Parrado, sobreviviente de los Andes 'Lo importante viene después del trabajo'
 Conmovió a 2500 ejecutivos en Expo Management con una recomendación: apoyarse en la familia
  
 Jueves 30 de octubre de 2008 |   
  
 
Fernando Parrado Foto: Archivo
Por Fernán Saguier
 De la Redacción de LA NACION

 ¿Qué conferencista logra hoy colmar un auditorio de 2500 ejecutivos y empresarios, muchos con sus mujeres e hijos, y hablar durante una hora y media sin que vuele una mosca? Fernando Parrado, uno de los 16 sobrevivientes de la tragedia de los Andes, a 36 años de aquella historia que asombró al mundo, consiguió anteayer más que eso: conmover a un foro de negocios y capacitación empresarial al transmitir las simples moralejas que le dejaron vivir 72 días en plena Cordillera sin agua ni comida.

 
 Fue durante la jornada de cierre de ExpoManagement 2008. Su presentación, un monólogo sin golpes bajos acompañado por videos e imágenes de la montaña, tuvo dos etapas bien diferentes. En la primera narró, con un relato íntimo repleto de anécdotas, los momentos que lo marcaron de aquella odisea a 4000 metros de altura en la que perdió a buena parte de sus amigos, además de su madre y su hermana. '¿Cómo es posible sobrevivir donde no se sobrevive?', se preguntó. 'Sobrevivimos porque hubo liderazgos, toma de decisiones y espíritu de equipo, porque nos conocíamos desde mucho antes', dijo.
 Y arrojó un primer disparador. 'En la vida el factor suerte es fundamental. Cuando llegué al aeropuerto de Montevideo no daban número de asiento para el avión. A mí me tocó, de casualidad, la fila 9, junto a mi mejor amigo. Cuando el avión chocó en la montaña, se partió en dos. De la fila 9 para atrás no quedó nada. Los 29 sobrevivientes al primer impacto viajaban en la parte que quedó a salvo.'

 
 'De ellos ?dijo?, 24 no sufrieron un rasguño. Así, los menos shockeados empezaron a ayudar, actuando como un verdadero equipo. Administramos barritas de chocolate y maní al punto de comer un grano por horas cada uno. Marcelo, nuestro capitán y líder, asumió su rol para contenernos cuando le preguntábamos qué pasaba que no llegaba el rescate. Decidimos aguantar.'
 Pero días después el líder se desmoronó. La radio trajo la noticia de que había concluido el rescate. '¿Cómo hubieran reaccionado ustedes? ?   desafió a la audiencia. El líder se quiebra, se
deprime y deja de serlo. Imagínense que yo cierro esta sala, bajo la temperatura a -14 grados sin agua ni comida a esperar quién muere primero.' Silencio estremecedor de la primera a la última fila.
 'Ahí me di cuenta de que al universo no le importa qué nos pasa. Mañana saldrá el sol y se pondrá como siempre. Por lo tanto, tuvimos que tomar decisiones. En la noche 12 o 13 nos dijimos con uno de los chicos: «¿Qué estás pensando?» «Lo mismo que vos. Tenemos que comer, y las proteínas están en los cuerpos.» Hicimos un pacto entre nosotros, era la única opción. Nos enfrentamos a una verdad cruda e inhumana.' 


 Desde la primera fila, decenas de chicos llevados por sus padres escuchaban boquiabiertos. Parrado apeló a conceptos típicos del mundo empresarial. 'Hubo planificación, estrategia, desarrollo. Cada uno empezó a hacer algo útil, que nos ayudara a seguir vivos: zapatos, bastones, pequeñas expediciones humanas. Fuimos conociendo nuestra prisión de hielo.'
 'Hasta que me eligieron para la expedición final, porque la montaña nos estaba matando, nos debilitaba, se nos acababa la comida. Subí aterrado a la cima de la montaña con Roberto Canessa. Pensábamos ver desde allí los valles verdes de Chile y nos encontramos con nieve y montañas a 360 grados. Ahí decidí que moriría caminando hacia algún lugar.'
 Entonces sobrevino el momento más inesperado. 'Esta no es la historia que vine a contar', avisó. Y contó que su verdadera historia empezó al regresar a su casa, sin su madre y su hermana, sin sus amigos de la infancia y con su padre en pareja nuevamente.
 '¿
Crisis? ¿De qué crisis me hablan? ¿Estrés? ¿Qué estrés? Estrés es estar muerto a 6000 metros de altura sin agua ni comida', enfatizó.
 Recordó un diálogo fundamental que tuvo con su padre, que le dijo: 'Mirá para adelante, andá tras esa chica que te gustaba, tené una vida, trabajá. Yo cometí el error de no decirle a tu madre tantas cosas por estar tan ocupado'.
 Y cerró, determinado: 'Las empresas son importantes, el trabajo lo es, pero lo verdaderamente valioso está en casa después de trabajar: la familia. No se olviden de quien tienen al lado, porque no saben lo que va a pasar mañana.'
 Una interminable ovación lo despidió de pie


....NO TE  RINDAS...



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