Agradecemos a nuestro querido hermano Alfonso Wieland desde Lima,
Peru, por compartinos este informativo articulo.
Bendiciones,
nina
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From: Alfonso Wieland <awieland@pazyespera
Date: 2008/9/29
Amigos/as de la Red
Comparto este buen articulo q aparecio ayer en el diario peruano EL COMERCIO
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EL INFORME DEL DOMINGO. TERREMOTO EN LOS MERCADOS
EE.UU. depende del rescate
La historia de cómo un problema en un sector que se presumía aislado
dentro de la economía de EE.UU. se convirtió en una amenaza para todo
el sistema global
Por Luis Davelouis Lengua
Al cierre de esta edición, aún no se definía el mecanismo mediante el
cual el Gobierno de EE.UU. se haría con las malas deudas de todo el
sistema financiero de ese país, a cambio de inyectarles liquidez y así
evitar una reacción en cadena que, a decir de algunos, amenaza no solo
a los bancos, sino a todo el sistema en sí. Pero, más importante
todavía, no quedaba claro si el Congreso lograría aprobar alguna de
las cuatro propuestas que se barajan antes de la medianoche de hoy,
cuando entra en receso.
LOS INICIOS DE LA CRISIS
Algunos economistas, como los economistas Óscar Ugarteche y Pedro
Pablo Kuczynski, advirtieron en su momento de las probables y nefastas
consecuencias de la crisis hipotecaria en todo el sistema financiero y
de créditos de EE.UU. (El Comercio, 23/1/08).
El problema empezó así: a medida que la demanda de viviendas se
incrementaba los precios subían. La demanda crecía impulsada por la
facilidad de obtener créditos en el sistema financiero lo que, ahora
lo sabemos, implicó una flexibilizació
los requisitos y condiciones para obtenerlos.
Todo ello produjo una vorágine de precios al alza, tasas de interés a
la baja y de demanda de viviendas y créditos tanto por parte de
quienes buscaban comprar casa, así como de las constructoras que
buscaban liquidez para construir más y seguir vendiendo. La espiral
capitalista de generación de riqueza en su máxima expresión.
Al mismo tiempo, los bancos y otras instituciones dedicadas al
otorgamiento de créditos hipotecarios vendían dichas hipotecas --las
deudas-- a bancos de inversión para, con la liquidez así obtenida,
otorgar más créditos.
ANATOMÍA DEL DESASTRE
Como la demanda por créditos para vivienda continuaba creciendo con
robustez, los bancos, al percatarse de lo fácil que resultaba vender
dichas deudas encargándoselas a un tercero (banco de inversión),
empezaron a relajar las condiciones de otorgamiento de crédito.
Recordemos que los bancos son intermediarios de liquidez: eso
significa que reciben fondos por los que pagan una tasa de interés y
entregan créditos por los que cobran una tasa mucho más alta. Es
decir, a más créditos entregados a tasas más altas, más utilidades y,
por supuesto, mayores bonos (premios de fin de año) para los
funcionarios responsables.
Esa lógica llevó a que, en algún momento, se llegaran a otorgar
créditos hipotecarios a personas que no podían acreditar ingresos, sin
garantía colateral alguna y sin cuota inicial.
"Con los precios de las viviendas y la demanda al alza, a nadie le
preocupaba que no pudieran pagar. Por último, no había ningún problema
en liquidar la vivienda en cuestión", explica un ejecutivo de bienes
raíces de Massachusetts quien no quiso ser identificado.
Mientras el ciclo descrito continuaba al alza, los bancos de inversión
"empaquetaban" estas hipotecas (un activo en términos de flujo de
capital) con otros activos que luego vendían a través de los mercados
de valores a los bancos, fondos de cobertura y fondos de pensiones de
todo el mundo. Según la lógica de la desaparecida banca de inversión,
se podía promediar el riesgo de las malas hipotecas con otros activos
menos riesgosos.
"Era como vender siete gallinazos empaquetados y decir que eran lo
mismo que un cóndor", comentaba un reconocido economista del Instituto
Peruano de Economía (IPE).
Pero aquí habían otros jugadores: las aseguradoras. Estas aseguraban a
quienes compraban estos instrumentos contra la posibilidad (en aquel
entonces todavía muy remota) del no pago de las obligaciones por
alguna de las partes.
Y se puso peor. El mismo mecanismo servía para hipotecar varias veces
el mismo inmueble. Por ejemplo, si uno obtenía un crédito por
US$110.000 era porque ese era el valor de dicho activo. Pero con los
precios de los inmuebles subiendo como la espuma, al año de haber
obtenido el mencionado crédito el valor de la vivienda se había
incrementado en 40%. Es decir, ahora su valor era de US$154.000. El
propietario podía obtener un crédito hipotecario adicional por el
valor restante: esto es, US$44.000 más. Lo terrible, fue que eso pasó
varias veces: un departamento por el que se pagó inicialmente
US$150.000 podía estar hipotecado dos o tres años después hasta por
US$500.000. Ese dinero extra se convertía en consumo y las deudas
extras eran empaquetadas y vendidas.
Si a eso se añade que los créditos se otorgaban a tasa variable --es
decir, la tasa podía variar de acuerdo con las condiciones de la
economía y a discreción de la institución otorgante, solo hacía falta
un empujoncito para caer al precipicio. Luego de unos años de
desenfreno, llegó el momento de pagar la cuenta.
EL EMPUJONCITO
Cuando las personas a quienes se les había dado crédito sin garantías
y sin una adecuada calificación crediticia empezaron a dejar de pagar,
la señal de alarma debió encenderse entonces. Pero no lo hizo, había
muchísimo dinero en juego.
A medida que más y más personas dejaban de pagar, las aseguradoras
(entre ellas la nacionalizada AIG) hacían frente a las deudas pero la
percepción del riesgo respecto a estos papeles se incrementó al punto
que los precios cayeron hasta casi pulverizarse. Así, sin poder vender
más hipotecas, los bancos dejaron de prestar originando la caída de la
demanda por viviendas y, con ello, de los precios.
De pronto, bancos, bancos de inversión, empresas hipotecarias, cajas
de ahorro, fondos y aseguradoras se encontraron en poder de activos
que no valían nada: las casas del final de la cadena habían perdido
hasta las dos terceras partes de su valor. ¿Recuerda la casa de
US$150.000 hipotecada por medio millón de dólares? El papel era eso,
un incobrable de US$500.000 pues, con la caída, las condiciones de los
préstamos se endurecieron y las tasas variables empezaron a subir
hasta hacerse impagables. Una cuota mensual de US$950 que pagaba
alguien con un sueldo de US$3.000, se convirtió en una de US$2.500.
Impagable, incobrable.
Cientos de miles de personas perdieron sus casas y muchas otras sus empleos.
El ajuste de liquidez se convirtió en una crisis de confianza: nadie
prestaba a nadie pues no existía la seguridad de poder pagar. Más allá
de ello, los bancos retenían la poca liquidez que eran capaces de
obtener. Por eso, las inyecciones de capital de la FED no se traducían
en una flexibilizació
economía se sostiene del crédito.
La falta de liquidez llevó a la quiebra de bancos. Primero aquellos
con más deudas: Bear Stearns. Luego seguirían los mayores acreedores
que, sin liquidez, no podían ni cobrar, ni prestar: Fannie Mae y
Freddie Mac. Seguiría, la misma semana, la aseguradora más grande del
mundo que ya no podía afrontar los pagos por haber asegurado las
hipotecas: AIG. Estos tres últimos fueron, en la práctica
nacionalizados. Finalmente, caería otro banco de inversión, Lehman
Brothers y uno de sus pares se vio forzado a venderse al Bank of
America para no seguir la misma suerte. La semana que pasó, cayó la
mayor caja de ahorro de EE.UU., Washington Mutual, que no pudo esperar
al paquete de rescate propuesto por el Ejecutivo y que seguía en
discusión en el Congreso de ese país mientras escribíamos estas
líneas.
Dada la situación actual, según el secretario del Tesoro, Henry
Paulson, esa es la única manera de evitar una catástrofe que convierta
la crisis financiera en una crisis en la economía real.
EL DATO
Curiosidad
Si se apilaran billetes de US$10, suficientes para que sumen los
US$700.000 millones del rescate, se construiría una torre de 7.000
kilómetros. Es decir, la distancia entre Lima y las Islas Canarias. Si
fueran de US$20, solo llegaría a Río de Janeiro.
PUNTO DE VISTA
Pensando el futuro económico*
A aquellos quienes ven la crisis financiera de EE.UU. y piensan en la
década de 1930, hay que decirles que no estamos en una coyuntura
igual, ni es el año 30.
Entonces, el gobierno de ese país no nacionalizó dos bancos y una
compañía de seguros en menos de una semana, ni desembolsó US$700.000
millones en un rescate financiero que será como los vistos en otras
latitudes (acuérdese, México en 1995). El problema con esos rescates
es que salvan a los accionistas de los bancos y no a la economía.
Lo que ocurre hoy en EE.UU. es similar a la crisis japonesa de 1990:
una burbuja de bienes raíces acompañada por una burbuja en los
mercados de acciones que revienta y se lleva a la banca hipotecaria
con ella. Hay que recordar que Japón se quedó con US$600.000 millones
en malos préstamos y que debió nacionalizar dos grandes bancos. Pero
ello, ni generó una crisis mundial ni reactivó la economía japonesa,
que permaneció aletargada durante una década; hasta que introdujo los
cambios técnicos. Hay que aprender de la crisis japonesa para entender
esto.
A diferencia de lo ocurrido en Japón, el segundo acto de esta crisis
será una tasa de inflación de dos dígitos en EE.UU., fruto de la
insólita inyección de liquidez del 2008. Eso limpiará la deuda de
tarjetas de crédito en el 2009 y a eso seguirá, en el tercer acto, el
alza de la tasa de interés para frenar la inflación. Esto ya en el
2010. Luego, vendrá el estancamiento largo.
Así es que, vayan los empresarios pensando sus mercados un poco mejor,
y ojo con los créditos interbancarios en dólares.
Lo novedoso de esta situación es que la pulmonía estadounidense no
pasará de un catarrito en América Latina. El mundo, ya no es lo que
era antes.
* Óscar Ugarteche. Economista
-
--
Nina Balmaceda, Ph.D.
Advocates International
Coordinadora para America Latina
ninabalmaceda@
www.rlaac.net
"Toda la piedad del domingo no podrá jamás tomar el lugar de la
integridad del miércoles."
"No amount of piety on Sunday will take the place of integrity on Wednesday."
Elton Trueblood
Las tildes han sido omitidas en este mensaje para evitar la
desconfiguracion de las letras.
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